Una de las esculturas de un trol de madera reciclada de Thomas Dambo se encuentra en una colina del barrio de Trine de Copenhague. Dambo las crea para instar a la gente a explorar la naturaleza y para llamar la atención sobre los problemas ambientales.
Fotografía de Thomas Dambo
Thomas Dambo prefabrica las cabezas de sus troles gigantes. Más adelante, las coloca en las esculturas que erige al aire libre por Dinamarca y en todo el mundo.
Fotografía de Alexander Kaiser
Estas enormes seseras —cada una de entre uno y dos metros y con expresiones cómicas pero un pelín espeluznantes— pronto estarán montadas sobre cuerpos igualmente gigantescos para el último montaje artístico de Dambo, «The Great Troll Folk Fest».
En los próximos meses, con la ayuda de voluntarios y de empleados (y financiándolo con donaciones privadas), ensamblará e instalará un total de 10 figuras. Los colosales gigantes de entre cuatro y seis metros estarán ocultos en espacios verdes poco conocidos de Dinamarca, como las islas cerca de Copenhague y en parques recónditos. Dambo esvelará pistas sobre su ubicación en redes sociales. «Es una especie de caza del tesoro, un regalo para las familias de Dinamarca, que quizá estén tristes por no poder irse de vacaciones este verano», cuenta. «Los troles nos recuerdan que hay lugares bonitos no muy lejos de casa».
Desde 2014, Dambo ha erigido decenas de criaturas folclóricas de madera en espacios verdes y parques de todo el mundo: un gigante barbudo sentado en el enclave hippie de Christiana, en Copenhague; troles hermano y hermana «perdidos» en los Jardines Pinecrest de Florida; y una serie de gigantes de madera (uno de ellos tocando la flauta) a las afueras de Seúl, Corea del Sur. Todos utilizan la chatarra del lugar donde los construyeron: la madera contrachapada que protegió los edificios de un huracán se convierte en el «guardián de la isla» de Culebra, Puerto Rico; las ramas caídas se convierten en peinados puntiagudos en Dinamarca.
«Quiero que la gente entienda que la basura tiene valor», afirma Dambo. «Y los troles lo hacen y también me ayudan a contar historias, como las leyendas con las que crecí».
La historia original de los troles
Para cualquiera que viva o visite Escandinavia, los troles están por todas partes y en ninguna parte, ocultos en los bosques y mencionados con frecuencia en la literatura y el turismo de la región.
Mucho antes de que Dambo convirtiera a los troles en guerreros del medioambiente (o de los dibujos coloridos de Trolls 2: Gira Mundial), ya aparecían en la mitología y la poesía nórdicas en la Islandia del siglo XII. «Eran grandes y feos o justos y hermosos, pero eran los otros, como nosotros, pero diferentes y más peligrosos», explica Jonas Wellendorf, profesor adjunto de nórdico antiguo en la Universidad de California, Berkeley.
Los troles tenían lecciones dobles que enseñar a la humanidad: primero, que el mundo desconocido más allá de la aldea o las murallas del castillo podía ser incierto y amenazador; y segundo, que el riesgo de dicha exploración podía traer consigo saber y riquezas. «Si te aventuras a sus territorios, es probable que regreses con algo de valor, como oro o experiencia», explica Wellendorf. «Los troles suponen una amenaza, pero si eres valiente puedes sacar algo de ellos».
En la literatura antigua, los troles eran a menudo monstruos violentos o guardianes temibles e inteligentes que habitaban en montañas, rocas o en las profundidades del bosque. Un ejemplo son las huldras, las hechiceras noruegas de cola larga que atraen a los hombres para convertirlos en sus muñecos, o Grendel, el «horrible demonio» y la «criatura de humor nefasto» del poema anglosajón Beowulf (ambientado en Escandinavia y basado en los mitos nórdicos). Las primeras —interpretadas por actrices con túnicas rojas— aparecen en una actuación cursi para turistas organizada en una de las paradas del ferrocarril histórico Flåm de Noruega.
Los cuentos del folclore nórdico
Los troles podrían haberse quedado permanentemente en Escandinavia de no haber sido por los folcloristas de Oslo del siglo XIX Peter Christen Asbjørnsen y Jørgen Moe, que recopilaron y publicaron muchos cuentos de hadas tradicionales en Norske Folkeeventyr en la década de 1840. En él, los troles fáciles de engañar protagonizan historias como Boots and the Troll y Las tres cabras macho Gruff. (Asbjørnsen fue conmemorado con una estatua con patillas y aspecto severo en el parque St. Hanshaugen de Oslo; a pocos kilómetros, la tumba de Moe en el cementerio Vestre Aker está coronada por un busto suyo.) Los libros, inspirados por los hermanos Grimm, enseguida se tradujeron a casi todos los idiomas del planeta.
Es posible que lo más importante sea que los Norske Folkeeventyr otorgaron a los troles una nueva imagen gracias al artista Theodor Kittelsen, el más destacado de los varios ilustradores de las colecciones populares. Sus ogros despeinados y mocosos eran mucho más ridículos y cercanos que los forasteros misteriosos de antaño. Sus cuadros y sus dibujos de troles, gnomos y otros seres fantásticos están expuestos en el Museo Kittelsen en Cobalt Works, un complejo de cultura e historia a una hora en coche al este de Oslo.
La popularidad de los cuentos de hadas allanó el camino para las alegres estatuas de troles que ahora están plantadas frente a casi todos los hoteles y las cafeterías de la Noruega rural, así como las hordas de figuritas de plástico sonrientes y desdentadas de las tiendas de regalos. En el Parque Familiar de Hunderfossen de Lillehammer, las atracciones para niños inspiradas en estas historias incluyen un trol de casi 14 metros de alto que sostiene el restaurante Trollsalan (la trollsuppe, por suerte, es solo estofado de carne) y un diorama de Las tres cabras macho Gruff.
Naturaleza contra humanos
«Hay cierta cantidad de troles para turistas cursis y graciosos, pero no tienen mucho que ver con la mitología nórdica», afirma el director de cine noruego André Øvredal, cuyo falso documental de 2010 Troll Hunter profundiza en los monstruos más tradicionales de estilo medieval. «Yo crecí con historias de troles y eran criaturas violentas que daban mucho miedo y se arrancaban los brazos».
Fueron ese tipo de troles los que evocó en su docucomedia de bajo presupuesto, grabando escenas en los bosques de Oslo y de la región septentrional de Dovre, donde dice que las montañas y los fiordos prístinos «hacen que te sientas como si estuvieras en la tierra de los troles y puedes imaginarte ese tipo de película de monstruos clásica ambientada donde el mundo natural entra en conflicto con el humano». En la película de Øvredal, invadir el territorio de los troles no le sale muy bien al desafortunado equipo de rodaje.
Pero el arte de Dambo opta por una vía distinta y utiliza la mitología de forma juguetona para volver a atraer a los humanos a la naturaleza. Estos troles «interactúan» con los turistas y el mundo de formas extravagantes, como el «Hector Protector» de Culebra, que sostiene una lámpara y se convierte en una especie de faro. En el distrito de arte de Wynwood Walls, en Miami, otro gigante de madera está sentado apoyándose en un coche ladeado, expresando la atrevida declaración de Dambo en contra de los combustibles fósiles.
Los toques artísticos —lóbulos gigantescos en las orejas diseñados para que las aves aniden en ellos y bocas abiertas para que los niños las exploren— hacen que estos seres parezcan más amistosos que sus antiguos homólogos nórdicos. Dambo espera que estos gigantes fabricados a partir de tablas viejas y palés de transporte hagan que la gente reconsidere la sostenibilidad y el medioambiente.
«Quiero convertir la basura en algo que abra ojos y mentes», afirma. «No deberíamos desechar el mundo, porque de lo contrario no tendríamos ninguna conexión con las montañas ni los bosques».
Y tampoco habría sitios para que vivan los troles.